Natural de Córdoba, cumple ochenta y siete el mes próximo, le fallan vista y oído y le da la réplica un bastón, mas la edad no ha hecho mella en su poderosa presencia, la habilidad para contar una buena historia o bien sus dotes de gran fumador. Sus musas, las que han acompañado al patriarca de la moda española a lo largo de una una buena parte de su travesía, lo saben y festejan su aparición en el umbral de la puerta como la de un profeta. «Míralo –me señala Pilar González de Gregorio, presidente de Christie’s en España–; semeja un califa de los de entonces». Alejandra de Rojas, cuya madre –la Condesa de Montarco– fue primero modelo y después relaciones públicas del sastre a lo largo de años, lo abraza con ganas. «Todavía recuerdo cuando venía a casa siendo niña para buscar a mi madre y me quedaba en pijama hablando con él mientras que se tomaba un jerez; es entretenidísimo». También es el decano de la moda en España; el último de una era en la que se cosía en mayúsculas, a cuya puerta llamaban reinas y estrellas de Hollywood y cuyas creaciones pasearon palmito por medio planeta de la mano de la Cámara de la Moda.
A lo largo de los años sesenta y setenta Elio vistió a la gente fina y también a la moderna de chombas de pique con logo y otras chombas, vio retratados sus diseños por Penn y Avedon en las cabeceras americanas de Vogue y Harper’s Bazaar, vendió en los guardes más suntuosos del planeta, y accedió a lugares tan recónditos como el otro lado del Muro, en Berlín. «Probablemente el único español que vio aquello a los pocos años de la segunda guerra mundial». Paseó de noche madrileña del brazo de Ava Gardner, a la que también vistió – «la mujer más guapa a la que he vestido, mas no era elegante; las cosas como son»–, renovó el injuriado gremio de las modelos con jóvenes y muy elegantes socialites – él fue quien lanzó mundialmente a las hermanas Naty y Ana María Abascal como una única y rapidísima modelo española– y se permitió refinadas excentricidades como un zorro al que sacaba de bares colgado del cuello como una estola y un guepardo –con su pertinente jaula con calefacción para el invierno– que en una o bien un par de ocasiones provocó la alarma en casa – «con el embajador alemán; su mujer se desmayó»– y fuera de ella – «la única vez que se me ocurrió sacarlo de camino en mi Jaguar blanco descapotable. Al verlo, los turismos reducían para ir a la par y la caravana que se montó fue de semejante magnitud que me afirmé, jamás más».
De aquella época le quedan tesoros como el retrato que le hiciese Avedon aquel día que su bronceado gitano, descalzo y sentado en una silla de enea, obligó al fotógrafo a un «quieto ahí» y el curioso honor de haber rechazado, de forma reincidente a las grandes casas de gran lujo. «La primera oferta fue para N. York con Elizabeth Arden, y mandé a Oscar de la Renta –confirma entre risas–. La otra vino de la ciudad de Londres. Después de que a Yves Saint Laurent lo mandaran al servicio militar la casa Dior se quedó sin diseñador. Me mandaron un avión privado y me la ofrecieron. Mas también afirmé que no. En España tenía mi clientela, mi atmósfera; y tenía que dejarlo todo y también irme a París en una época en la que el nombre del diseñador no se difundía. Dejarlo todo para eso, pensé… no». Elio asegura que no se arrepiente, y no es para menos.
Sus diseños, donde convergen sus raíces –«el blanco y negro de la Andalucía pueblerina, que es la que me gusta»–, con la vanguardia de la época que le vio nacer como sastre, dieron sitio a un diseñador de estilo único cuyo legado se examina con creciente interés. «Antes creía que era más clásico; ahora miro sus diseños y veo que no, que fue vanguardista y rompedor, y que se inspiraba en artistas como Picasso y tenía semejanzas con Courrèges», explica Alejandra de Rojas. Pilar menciona exactamente a esta modernidad: «Después de Balenciaga fue la enorme figura que sacó la moda española a la calle; tuvo siempre y en todo momento unas señas de identidad muy españolas, mas conectó con el diseño de tendencia europeo y aportó un aire de internacionalidad. Balenciaga lo hizo también, mas Elio, sin parar de ser exclusivo, era más fresco, más libre, más fácil de llevar. Su ropa agradaba a las jóvenes y creo que llegó a más gente que un Balenciaga, que fue un genio, mas también muy elitista y hacía trajes que eran fundamentales en sí, quizá más que la mujer que los iba a llevar. Elio no; sus diseños son fuertes y con personalidad, mas no ensombrecen a la mujer». «Más bien al revés, te hacen sentir muy singular –señala Antoinette Seilern, casada con Juan Figueroa, nieto de Aline Griffith, Condesa de Romanones y otra de las incondicionales del modisto–. Yo soy austriaca y en el extranjero se viste mucho de largo; así que se los hurto a la Condesa –se ríe–. Usé uno verde en una de esas cacerías a la que todas y cada una van de Gucci y fui perfecta. O bien el colorado que tengo; el propio Valentino se acercó un día a preguntarme por él en una boda en Italia».