Lisbeth en Gotham

Lisbeth en Gotham

El libro es una industria. Esta perogrullada es la que se acostumbra a olvidar con frecuencia por los amantes de los libros. Y una industria marcha si es rentable. Tras solemnizar lo obvio, habría que apuntar que la industria del libro marcha no solo a base de lectores, sino más bien, singularmente, de usuarios. Cuantos más, mejor. Si un libro es un éxito, ¿por qué razón no franquiciarlo si hay una demanda para esto? Tal vez estemos más en una era de artesanos que de artistas. La idea de la igualdad afecta al consumo. ¿Por qué razón no puedo ser guapo? ¿Por qué razón no puedo viajar a Melbourne? ¿Por qué razón no puedo tener veinte kilogramos menos o bien una pareja más joven que ? ¿Es eso justo? El esclavo-capataz entrega todo y lo quiere todo. De este modo, ¿por qué razón aceptar que un autor se muera ya antes de tiempo? ¿Por qué razón admitir que no haya más entregas de Sherlock? ¿Por qué razón respetar que un autor se calle? No admitimos un no, un se terminó. Eso sí, hay autores que son imposibles de clonar o bien franquicias—en este pueblo somos mucho de Faulkner, como todos saben—. A fin de que la operación salga bien, el creador debe tener un estilo transparente o bien no tenerlo. Que su fuerte sea el personaje, ritmo de escritura determinado o bien unos temas identificables. Por todo ello, Larsson es de forma perfecta de franchising en argentina. Es un escritor que escribiendo como cualquiera logró algo que no hace cualquiera: embelesar a millones de lectores. Eso sí, literariamente la primera entrega de Millennium la admitías, resultona y entretenida, mas la segunda y tercera te hacían practicar lanzamiento de peso y jabalina respectivamente. El acierto del fallecido Larsson es, en el instante de entrar en su despacho, tropezar con la alfombra, caer contra el piano y tocar 2 o bien 3 teclas convenientes. No es poco. La mayor parte de escritores se dan contra el suelo o bien la tapa de las teclas del piano está cerrada. Acertó con el tema —violencia de género, conspiranoia pre-Wikileaks, indignación Alan Moore—. Acertó con el campo de concentración en el que estamos todos: seres libres y solos, dictadores a tiempo completo de nosotros mismos merced a las nuevas tecnologías. Y singularmente acertó en no eludir que le creciese un personaje a priori secundario como Lisbeth Salander: deudora de Patty Hearts, Hables Bronson, Siouxsie and the Banshees y Venganza cruzada con La Mujer Pantera y también inspiradora de mil personajes en series criminalísticas (sí, la friky del computador). Y de la mano de ese personaje imán, Larsson, cronista más que autor, teletransportó el thriller político, la novela negra al siglo veintiuno, de una manera incontrovertible. Mucho de lo que vino después es culpa suya.

¿Es posible continuar sosteniendo la franquicia Millennium? Todo va a depender de la elección del escritor elegido. Y este va a ser un artesano o bien un artista. En parte va a depender de si hace suyo o bien mimetiza el Transformer Larsson y si decide hacer de Lisbeth una superheroína Marvel o bien administrar y destacar lo poco o bien mucho que quede de humana en esta. Se escoge la primera opción: Lagercrantz es un artesano y el crossover de Lisbeth con futuras entregas de The Avengers está servido. “Lo que no te mata te hace más fuerte” no defraudó a los larssonianos. Lagercrantz ha hecho bien su ebanistería y no era simple. Las buenas noticias son el tema escogido —mundo pirata informático, espionaje masivo de entidades gubernativos y delictivas, sin fronteras entre unos y otros, violencia doméstica—. El cosmos conspiranoico y el modo perfecto de abordar la narración a base de lenguaje televisivo, saltos entre escenas, rebobinado y corte, profusión de tramas paralelamente y el acierto de no abusar de Lisbeth en la primera mitad del libro. Lagercrantz se luce en las escenas de acción, ciertas de manera notable contadas. Asimismo en el haber, el ritmo y el intentar temas técnicos con algo de profundidad, no en clave diálogo sci-fi. Las malas noticias son las previsibles en un producto para consumo masivo. Como cuando el escritor despliega el paraguas verde en la excursión a Benidorm a fin de que no se pierda absolutamente nadie y repite datos de la investigación cada 2 por 3. O bien esos diálogos largos, enunciativos, reiterados, imposibles de distinguir en boca de qué personaje están dichos. Esa necesidad absurda de que todos y cada uno de los rebeldes o bien son huérfanos de muerte violenta o bien han vivido capítulos beligerantes con padre violador, alcohólico y matón. Personajes de trazo grueso y el grumo de la sopa básica: el virgen muere, el pequeño autista es un genio y sabes qué papel va a jugar en la investigación, los malos son ricos, abogados o bien rusos. Para el final, en plena abertura de compuertas, la eclosión de la superheroína de Lisbeth, ya sin estupideces, que tanto te hace un jaque anterior sacrificio de damas de buenas a primeras, se cura una herida de bala con una mano mientras que con la otra descubre en su portátil de qué forma desmontar un sistema activo de curvas elípticas, queja, rompe, mata y se cena un emparedado. Eso sí, ahora tiene a su melliza mala, escrita con trazos sobrenaturales, paródicos, prácticamente absurdos incluso admitiéndola en Categoría Supervillanas Malas de la Muerte y un final a lo Ally McBeal, todos emparejados, en la cama mientras que Gotham duerme. Eso sí, no hay música. El vocalista ha de estar en casa maltratando a su familia o bien hackeando a la Nasa.

Diario de Lincoln

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